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Índios Miranha, Iuri e Muxuruna, do álbum Viagem ao Brasil, de Spix e Martius (1823). Foto: Edouard Fraipont

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Brasiliana: el arte cuenta la historia de Brasil

Esta es, ante todo, una exposición de arte. El arte producido en Brasil, o sobre Brasil, por artistas brasileños o extranjeros inspirados por los temas de nuestro país.

 

Es también un museo íntimamente vinculado a la historia de Brasil, pues la presentación retrata el desarrollo de cinco siglos. La cronología es importante, aunque predominan las imágenes, ya sean ellas impresas, dibujadas, grabadas, pintadas en acuarela o al óleo. El papel es el principal soporte de la mayor parte de las obras, pero convive con óleos sobre lienzo, esculturas y objetos de arte de naturaleza diversa, entre los cuales destacan las monedas que circularon en Brasil, en las que figuran imágenes finamente hechas con cincel de los monarcas y los eventos.

 

Sin embargo, no es una muestra de la historia de Brasil, aunque se la evoca en todas partes. Es la exposición de las imágenes y los objetos dejados por muchos de los mayores protagonistas del arte en Brasil desde su descubrimiento.

 

De la población nativa encontrada por Cabral no sobrevivieron artefactos, sino solo grabados de los indígenas imaginados por los europeos. De los primeros pintores europeos traídos al Nuevo Mundo por Maurício de Nassau, Frans Post y Albert Eckhout, el museo tiene obras originales, además de importantes grabados realizados a partir de sus dibujos. El periodo siguiente —en que Brasil permanece oculto por el gobierno portugués durante 150 años, hasta la llegada de D. João VI— revela a artistas casi todos anónimos, con una notable excepción, el mayor de todos, Aleijadinho, de quien el museo tiene una importante obra. Es la época de grandes monedas, que reflejan la prosperidad llevada a Portugal por el oro de Minas Gerais, y también el tiempo de las escrituras dejadas por los poetas integrantes de la Conjuración Minera, héroes de un periodo en el que Minas Gerais está en el centro de la atención de la metrópolis.

 

Tras la llegada de la corte portuguesa, en 1808, se inauguran ocho décadas con tres monarcas: D. João VI, D. Pedro I y D. Pedro II.

 

El país es, entonces, invadido por artistas y científicos viajeros, ávidos de conocer sus principales aspectos, registrar sus informaciones y llevar sus imágenes a Europa. La exposición trata de exhibir las extraordinarias obras de los artistas que nos visitan, sobre todo a partir de 1815. Los llamados «pintores viajeros» dejan óleos, dibujos y magníficos grabados. Esos artistas demuestran cualidades tan excepcionales —que se trata de evidenciar en esta muestra— como los temas que eligieron.

 

Es también un momento de protagonismo de la capital, pues Río de Janeiro es el punto de llegada de todos los visitantes, a quienes siempre les encanta su belleza y la retratan de todas las maneras. La inmensa producción de imágenes y panoramas de la ciudad entre 1810 y 1850 está particularmente bien ilustrada en el museo y se optó por la agrupación de muchas otras imágenes, poco o nunca antes exhibidas.

Nuevamente, el talento de los artistas viajeros se impone en el tratamiento de la grandiosidad del tema y define el enfoque de esta exposición permanente.

 

Pocos pintores extranjeros dejan la capital para retratar las provincias, pero algunos amplían en ellas el legado visual que el museo trató de reunir. Durante el imperio, el arte dictado por las demandas de la corte, si bien es encargado y sus temas son impuestos, no pierde su fuerza.

 

En todo caso, mucho más allá de la determinación imperial, el tema que la realidad de Brasil impone sobre todos los demás es la esclavitud, observada en el día a día por extranjeros y brasileños. Después del canibalismo, en los primeros siglos, ningún otro tema estuvo más asociado a la imagen de Brasil en el siglo XIX que la explotación del trabajo forzoso de los africanos, que en Brasil terminó tan absurdamente tarde.

 

Muchos de los artistas viajeros de mayor talento como Rugendas, Debret, Chamberlain y Frond se dedican a retratar la faceta cruel (y ocasionalmente alegre) de la vida de los cautivos, como muestran las decenas de grabados de la exposición, que exhibe también una selección de los innumerables documentos dejados por la intensa actividad económica que representó la esclavitud.

 

Se llega a la última sala del museo, constituida por piezas en su mayor parte del siglo XX, en la que se enfatiza la creatividad de los artistas e ilustradores aliados a la literatura, quienes encuentran inspiración en la obra de los mayores escritores.

 

Esta exposición tiene el objetivo, por lo tanto, de mostrar plenamente la obra poco exhibida de los principales artistas documentales de Brasil. También abre espacio en esta última sala a la creación literaria y los registros documentales que reviven los principales contextos en los que se desarrolló el trabajo de los artistas: papeles oficiales en el siglo XIX y grandes textos impresos en el siglo XX, cuando madura la literatura brasileña, siguiendo el camino abierto por Machado de Assis.

 

La formación de la colección por parte de Olavo Setubal respondió a la constante búsqueda de piezas significativas que ayudaran a ilustrar a Brasil, pero la preocupación primera de los curadores de esta exposición fue la de resaltar el talento de muchos artistas menos recordados. Esos artistas merecen formar parte del canon, que aún está por elaborarse, del rico arte brasileño anterior a los últimos cien años. Todavía poco estudiado, el conjunto de imágenes y textos presentes en esta colección, con tantas piezas inéditas, permite una nueva reflexión completa sobre el aporte de los primeros siglos de nuestro arte. Eso seguramente contribuirá a echar otra luz sobre muchas de las indagaciones actuales del arte contemporáneo y enriquecer también nuestra comprensión acerca de Brasil.

 

 

Pedro Corrêa do Lago

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